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Regresando la ciega a su casa una tarde, se enteró de que a una de sus vecinas se le había incendiado la casa. Aunque no se relacionaba mucho con ella, si acaso habrían intercambiado saludos unas cuantas veces, decidió ir a ver si en algo podía ayudar.
Al acercarse vio la casa destruida y a su vecina, una mujer ya mayor, sentada en el bordillo de la acera, con la piel tiznada, absorta y con la mirada perdida. Una procesión de consoladores la rodeaba, algunos le decían cosas como: Agradezca porque las cosas hubieran podido ser peor; la próxima tenga más cuidado; las cosas pasan por una razón y todo va a estar bien tenga confianza.
La ciega avanzaba hacía ella sin saber que decirle ni que hacer, con miedo de enfrentar el dolor ajeno, pero dispuesta a no dejar a su vecina sola en este momento. Cuando llegó junto a ella lo único que atino a hacer fue sentarse a su lado, sentir la perdida como suya y llorar. La vecina la miró sorprendida y comenzó a llorar también, fue como si su dolor por fin encontrara la manera de salir. Los consoladores, atónitos, guardaron silencio y por fin acompañaron a la vecina en su dolor. Las frases de consuelo se convirtieron en acciones para ayudarla. Y así, ese día, todos se desprendieron de algo, para que la vecina, que lo había perdido casi todo, no se quedara sin nada.
1 comentario:
La ciega no puede ver... entonces como vio la casa quemada??? Oh x Dios, pero la reflexión esta bonita!
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